lunes, 8 de febrero de 2010

Réplicas andantes del pasado

Réplicas andantes del pasado

Cómo era la vida de los corsarios que pintaron nuestra historia. Recreadores históricos le cuentan

Encabezados por Capitán Koraje, al centro, Sangre Negra, Venganza, Capitán Ruin, Temerario, Sangría y Perro Rabioso invaden el Viejo San Juan.

Por Tatiana Pérez Rivera / tperez@elnuevodia.com

Saltaron varios siglos -y páginas de nuestra historia- hasta caer en el Puerto Rico el siglo XXI. Sangría, Capitán Koraje, Lady Myriam, Capitán Ruin, Sangre negra, Corsario temerario y Perro rabioso se desplazan con seguridad por las calles adoquinadas del Viejo San Juan. De sobra las conocen, de ellos fue su casa.

El sol inclemente de un domingo sanjuanero no amaina el empeño del grupo Corsarios del Caribe, recreadores históricos a quienes une la admiración por la historia de nuestro país y el deseo de educar a través de la recreación de la vida civil y militar de los siglos XVII, XVIII y XIX.

Como imanes atraen miradas. “Parecemos fantasmas sacados de un libro de historia”, reconoce Lady Myriam.

Robert Roker Orta, creador de la joven organización Corsarios del Caribe, integró por cuatro años el recreado Real Cuerpo de Artillería de la Plaza de San Juan de Puerto Rico ascendiendo al rango de sargento. Sin embargo, aclara que no debe confundirse este interés histórico con un espaldarazo a la guerra, la violencia o a las políticas racistas y militares.

“El grupo de los corsarios surge porque yo quería que se mantuviera la representación de la identidad puertorriqueña y, por lo general, se representa el ejército español. Nada en este trabajo es improvisado. Nosotros hacemos un estudio minucioso y detallado del aspecto histórico y del vestuario para que sea una réplica justa de la época”, manifiesta Roker Orta, quien encarna a Capitán Koraje.

“He llegado a ver documentos originales del 1797 sobre la batalla contra los ingleses. Las autoridades decían ante el ataque: ‘sólo la Providencia nos salvará’. Pero había corsarios en San Jerónimo listos para pelear”, propone.

Oriundo de “San Mateo de los Cangrejos”, este hombre que asegura con picardía tener a cuesta tres siglos de edad, define el concepto de corsario. Destaca que eran navegantes que poseían permiso del gobierno -una “carta de marca” o “patente de corso”- para capturar embarcaciones de naciones enemigas al gobierno que le otorgaba el permiso y saquear su mercancía. En cambio, el pirata atacaba a cualquiera, no tenía que rendir cuentas ni compartir el botín con ningún gobierno.

“El corsario puertorriqueño más grande fue Miguel Henríquez”, afirma con orgullo Roker Orta.

“Tienes que descubrir su historia”, exhorta.

Las gestiones como corsario de Henríquez lo convirtieron en un hombre rico en el Puerto Rico del siglo XVIII. Poseía almacenes, tiendas, terrenos azucareros, hatos ganaderos y, como caracterizaba la época, esclavos. En 1713 recibió los título reales “Capitán de Mar y de Guerra”, “Armador de los Corsos de Puerto Rico” y “Caballero de la Real Efigie”.

Algo más que “contar”

Los recreadores históricos aspiran a involucrar al espectador en el relato que reviven. “A la gente siempre le gusta”, subraya Myriam Alequín (Lady Myriam), “especialmente a los estudiantes. Cómo no se llega al público si aprenden de forma divertida. Ese interés de ellos, precisamente, es nuestra recompensa”.

Por eso no escatiman en detalles. Alequín, quien posee un bachillerato en Estudios Hispánicos con concentración en Música e Historia, se ocupa de confeccionar el vestuario. “Tratamos de ser lo más fiel posible”, aclara, “usaban mucho el hilo porque era una tela fresca. Me fijo bastante en los retratos de José Campeche para buscar detalles del vestuario de la época”.

La vestimenta del grupo no es uniforme puesto que al recrear corsarios se destaca la individualidad con la que se manejaban. Pero es común que utilicen zapatos con hebillas, medias y botas altas o polainas en tela con botones a los lados para cubrir la pierna. Llevaban una casaca, una chupa o chaleco, un camisón y un calzón.

Roker Orta describe su armamento compuesto por los mosquetes, considerada la principal arma de infantería y “muy similar al rifle pero sin el rayado moderno”; la pistola, el trabuco “que es más corto que el rifle”, y la espada.

Jesús Centeno o Capitán Ruin, supo del grupo a través de su fundador. “Yo estaba en el Club de Figuras de Acción de Puerto Rico”, cuenta el joven de 23 años, “la historia me atrajo, saber de las estrategias de los corsarios, la localización de sus fortines, de sus embarcaciones y conocer cómo una isla tan pequeña tenía una defensa tan buena que muchas veces le permitió detener el ataque del invasor”.

Temerario o Fernando Gómez se ha sentido atraído por la diferencia entre corsarios y piratas. La historia que ha descubierto no lo ha defraudado. “El corsario, a fin de cuentas, era un mercenario que trabajaba para la corona o para el mejor postor”, opina Temerario.

Venganza o Edgardo Sánchez, apenas tiene 18 años. La “búsqueda de conocimiento” motivó su ingreso al grupo tanto como los ropajes “cómodos” que utilizan.

“Lo mejor es que podemos promover la historia porque por tanto tiempo han intentado borrarla”, resalta, de otra parte, Sangre negra o Jorge Centeno.

“En esta época que recreamos nos definimos como pueblo, el pueblo sufrió, porque tuvimos que enfrentar naciones muy poderosas, para encaminarnos a lo que tenemos hoy día”, dice el corsario de 34 años en alusión a las luchas contra holandeses e ingleses, entre otros.

“El corsario peleaba por honor, por la patria y por chavos”, resume Carlos Silva en la piel de Perro rabioso, “pero lo más importante es que también se defendía la tierra del enemigo”.

Los Corsarios del Caribe se reúnen una vez al mes en el Museo del Polvorín, localizado en el Parque Muñoz Rivera. Además, toman parte de eventos oficiales, paradas y ofrecen conferencias en escuelas. Puede contactarlos en su página de Facebook.

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